«Tras años de espera, la empresa para la que trabajaba me concedió por fin el ansiado traslado. Llevo mucho tiempo soñando con trabajar en Roma. Con mi mujer lo celebramos. Por supuesto, tendría que buscar otro trabajo, pero eso no era ningún problema. Encontramos un piso de alquiler con dificultad, porque los costes en la capital eran prácticamente el doble que en el país del que veníamos… pero aquel apartamento de dos habitaciones era más que adecuado para nosotros. Lo amueblamos de forma sencilla abriendo un préstamo con una financiera. Ya teníamos un préstamo con nuestro banco. A pesar de mi único sueldo, pagando el alquiler, los servicios, la comida y los plazos, pensamos que podríamos salir adelante, aunque apenas podíamos permitirnos la pizza del sábado por la noche. Al cabo de un tiempo nació Alberto, nuestro hijo, y me di cuenta de que todo se había vuelto más difícil de soportar. Saqué una tarjeta revolving, parecía que funcionaba. Pero en realidad todo empeoró, el dinero ya no era suficiente. Conseguimos aguantar varios meses antes de derrumbarnos también psicológicamente: ya no hablábamos de otra cosa. El avance se produjo gracias a una vecina que se había encontrado en una situación difícil y recurrió a una fundación. También les llamamos por teléfono y nos dieron cita. Al cabo de unos meses, pedimos un préstamo con el que pudimos cerrar los dos créditos y la tarjeta revolving, y por fin no sólo se aligeraron los gastos mensuales… sino también los pensamientos«

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