Me llamo Ernesto, tengo 53 años, vivo con mi hija de 16 en la casa que con sacrificio y fuerza de voluntad conseguí construir yo mismo y sobre la que obtuve un préstamo para reformas hace unos años. Por desgracia, el año pasado tuve graves problemas familiares, que acabaron en un pleito, cuyo resultado aún no puedo ver. Mi «nueva» situación familiar es más difícil de mantener económicamente, debo a mi ex mujer una pensión de alimentos y sé que tendré que incurrir en más gastos judiciales. El director del banco donde tengo domiciliada mi nómina ya no puede concederme préstamos porque he dejado de pagar las cuotas de la hipoteca y del préstamo que me concedió hace años y he sobregirado mi línea de crédito. Quiero pagar, pero es como si nadie me esperara, nadie puede ayudarme. He buscado en internet porque sé que con un préstamo podría liquidar mis atrasos y aliviarme un poco, pero no me fío… ¿y si me piden un tipo de interés demasiado alto? Seguí buscando y leí sobre el sobreendeudamiento y las posibles soluciones.
Este es, en pocas palabras, el relato de Ernesto sobre su primera cita. Es cierto, hay un desequilibrio entre ingresos y gastos, y están los atrasos de las cuotas del préstamo, el descubierto en el banco, los anticipos del empresario que siempre le ha conocido y apoyado en los momentos más delicados. Calculamos juntos las salidas obligatorias y nos damos cuenta de que Ernesto está en un callejón sin salida. En la segunda reunión nos informó de que había puesto en venta el coche municipal: con ese dinero pagaría el descubierto. En ese momento, calculamos juntos que un préstamo en 60 meses con el que consolidar las cuotas pendientes de la hipoteca y el saldo residual del préstamo actual permitirá a Ernesto equilibrar de forma sostenible su salario y sus deudas.
Ernesto buscó, no se detuvo tras el no de su banco, y no fue a zonas donde se conceden préstamos fácil y rápidamente. Informándose sin desanimarse, encontró la información adecuada para reescribir la historia de los problemas que le aquejaban.